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Redacción central

Ese Ejjas bajo amenaza de inseguridad alimentaria

“Así nomás vivimos los ese ejjas”, afirma Miguel Costas, pescador indígena, después de bajar de la canoa en la que llegamos a Corte de Copacabana, una de las playas del río Beni. Aquí acampan cuatro familias de Eyiyoquibo, la comunidad de la cultura más recientemente sedentarizada. Las familias llegaron a mediodía con el fin de pescar para vender el producto y disponer de dinero con el que subsistir.

Salieron hace dos días de Eyiyoquibo, ubicada a 15 minutos del poblado de San Buenaventura, municipio amazónico del departamento de La Paz. Hicieron una parada en otra de las playas, donde no tuvieron mucha suerte con la pesca. Esperan que les vaya bien aquí y en las cercanías, pues ya recorrieron río abajo durante unas ocho horas.

Son las cuatro de la tarde del último jueves de agosto de 2022, y con 35 grados centígrados de temperatura las familias se afanan por realizar diferentes tareas. Algunas mujeres destripan pequeños pescados recién atrapados, las más jóvenes se cubren del fuerte sol bajo los campamentos armados con palos y trozos de nylon o telas, los hombres desenredan las redes y los niños corren desnudos y se bañan en las aguas del río.

PESCADORES

Miguel —de 30 años, tez morena y 1,50 metros de altura— es el presidente de la Asociación de pescadores de Jajhui de Eyiyoquibo, creada en 2005, pero con reciente funcionamiento. Él y Yoni Sossa —un joven de 22 años, quien asiste al motorista de la embarcación que nos trajo— repiten una y otra vez: “Así nomás vivimos los ese ejjas, por el río, como nuestros abuelos”.

Esa tradición ancestral les ha valido ser reconocidos como un pueblo de río, un pueblo que fluye, que se mueve, que es nómada. Es cierto que hoy ya disponen de un espacio fijo, Eyiyoquibo, donde se asentaron en 1999, pero aún son itinerantes. Es normal que familias enteras, inclusive con perros y gallinas, se trasladen durante meses a varias playas del río Beni.

Ernesto Guajo Guajo, uno de los pescadores, llegó con su esposa, mamá, suegro y cuatro hijos. Todos ellos se embarcaron en la travesía ni bien su hija menor cumplió un mes de nacida. Ahora, la pequeña Arlín duerme en brazos de su hermana mayor.

Nacido en Perú y crecido en San Miguel de El Bala, en el Parque Nacional Madidi –como muchos de los que actualmente habitan Eyiyoquibo–, Ernesto Guajo Guajo tiene 34 años. En este momento llega a la orilla y, sentado en la punta delantera de su canoa, dice: “Hemos ido por carnada”.

La cultura de los ese ejjas es transfronteriza, vive entre los ríos de Bolivia y Perú desde antes de la Colonia. En el territorio boliviano, este pueblo indígena se mueve entre Pando, Beni y La Paz.

Se trata de un pueblo en primer contacto o en contacto inicial con el Estado, lo que quiere decir que no está totalmente integrado a la sociedad nacional, tal como consta en el informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH, 2013) a partir de la información del Gobierno boliviano. Ese documento resalta que este es uno de los 10 pueblos indígenas en situación de aislamiento y contacto inicial (PIACI) en Bolivia.

En el caso de quienes son parte de la comunidad de Miguel, esa condición los invisibilizó ante el Estado, principalmente durante el proceso de saneamiento de tierras bajas iniciado en la década de 1990. Por ese motivo, actualmente no cuentan con territorio indígena, así lo explica el estudio Ese ejjas de Eyiyoquibo, pueblo indígena en contacto inicial: Entre territorios cercados y medios de vida en crisis, realizado por la Fundación TIERRA en alianza con Welthungerhilfe (WHH).

EL RÍO ES VIDA

Para los ese ejjas, efectivamente el río lo es todo, y para los habitantes de Eyiyoquibo, es la fuente de recursos para sostenerse; además, es el proveedor principal de su ya escasa y poco variada alimentación. Lo que se gana en dinero, en todo caso, no es suficiente, ni para justificar todo el esfuerzo y tiempo de la pesca ni para cubrir los gastos que demanda vivir en una comunidad periurbana.

En la actualidad hay al menos tres modalidades de pesca, según se disponga o no de herramientas o facilidades para acceder al mercado: la que los ese ejjas llaman “empatronados” –pescar para alguien más–, la que se hace por cuenta propia y aquella que se realiza siendo parte de la asociación. La mayoría lo hace bajo la primera modalidad.

EL COMPRADOR

“Hay un comprador esperando en La Paz”, nos dijo el pescador mientras carneaba y limpiaba el enorme pescado. Por kilo cobrará, con suerte, 15 bolivianos, mientras que esa misma cantidad será comercializada en la sede de gobierno por alrededor de 40 bolivianos.

Ernesto, otro de los pescadores que se encuentra en Corte de Copacabana, está a cargo de un frízer y confía que logrará llenarlo en dos semanas. Al igual que los otros ese ejjas que trabajan empatronados, recibió un monto de adelanto que le sirvió para la compra de gasolina, y cuenta que los “patrones” a veces pagan 10 bolivianos por kilo.

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