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Redacción central

Leticia lucha contra el cáncer y la pobreza junto a sus hijos

“Quiero comer mami, ¿qué vamos a comer? Tengo hambre, mamita”, insiste Joel de cuatro años a su mamá, Leticia Chávez de 39 años. “Espera hijito”, le responde cariñosamente, mientras acomoda sus golosinas que vende en las calles de la Ceja de El Alto, con las ganancias alimenta a sus cuatro hijos de 13, 9, 7 y 4 años. Las lágrimas caen de sus ojos cuando relata que le detectaron cáncer cervicouterino en etapa terminal hace tres años.

“Tienes cuatro meses de vida, disfruta de tus hijos”, con esa frase se enteró que padecía de la enfermedad. Cuenta que ese día lloró, pero las lágrimas que derramaba no eran por ella, eran por el dolor de dejar desamparados a sus pequeños. No tiene familia en La Paz, Leticia llegó de Sucre, departamento de Chuquisaca, a los 13 años hasta la sede de Gobierno; sus papás la enviaron con un tío lejano para buscarse un mejor futuro.

Sus familiares la explotaron. En su juventud conoció a su pareja, al principio pensó que era el amor de su vida y que juntos lograrían grandes cosas en su hogar, ubicado en Senkata en la urbe alteña. Al poco tiempo de convivir el hombre mostró ser violento, llegaron los hijos y todo parecía cambiar; sin embargo, después del nacimiento de su último hijo, su esposo comenzó a embriagarse casi todos los días, los golpes eran cada vez más violentos: Leticia intentó pedir ayuda pero nadie la socorría y -lo más dramático fue que- los alimentos comenzaron a escasear en el hogar.

Leticia le reclamaba a su esposo por los alimentos y la respuesta siempre eran golpes e insultos; desesperada, comenzó a recolectar hojas de eucalipto para ir a vender a las ferias y lograr algunas monedas con las cuales comprar alimentos para sus retoños, a veces solo comía pan y agua.

Con mucho esfuerzo y el apoyo de algunos de sus vecinos logró juntar alrededor de Bs 500 y comenzó a comprar golosinas, pañuelos desechables, jabón y otros artículos que vendía ambulando por diferentes calles y ferias de la ciudad de El Alto. Cuando su último hijo cumplió un año se desmayó por un dolor en su vientre, en el hospital le diagnosticaron cáncer cervicouterino en etapa terminal. Su mundo se derrumbó.

EN LAS CALLES

Intentó ignorar los dolores, pero cada día aumentaban, la hemorragia no paraba y había días en los que no podía ponerse en pie. Con ayuda de sus vecinas la llevaron a una clínica privada y le recetaron medicamentos bastantes costosos, que logró financiar con la solidaridad de sus amigos cercanos. No obstante, el tratamiento no era suficiente pues necesitaba quimioterapia paliativa para contener los fuertes dolores de la enfermedad.

Admite que de 8 sesiones logró realizarse sólo una porque no logró reunir el dinero suficiente para el tratamiento ni para los medicamentos que en ese entonces requería, y ascendía a una cifra cercana a los Bs 10 mil.

Desde aquél entonces han pasado tres años y venció todo pronóstico de los profesionales en salud, que le daban sólo cuatro meses de vida.  Leticia no se explica cómo sigue respirando y viendo crecer a sus hijos. Cuenta que aún tiene dolores, incluso hemorragias, pero no muy frecuentes.

No sabe si el cáncer avanzó o se detuvo, aunque ella quiere creer que Dios hizo un milagro en su cuerpo y que la está restaurando para que sus pequeños no queden desamparados.

“No sé si el cáncer sigue o ya no, desde mi primera quimioterapia ya no he regresado al hospital por falta de plata. Un fundación me ayuda, pero ya no me llamaron ni contestaron mis llamadas. ¿De dónde podía sacar tanta plata? Soy madre y padre para mis wawas, mi esposo me da 50 bolivianitos al mes y no me alcanza, yo gano 20 o 40 y así estamos sobreviviendo”, relató la mujer que no se da por vencida. Para ayudar a los hijitos de Leticia puede contactarse al 67040682. (ANF).

 

 

HAY GENTE MALA

Hace tres meses, un joven que es propietario de una de las viviendas de la avenida Franco Valle, de El Alto, donde suele vender golosinas, observó cómo otras mujeres entre comerciantes y dueñas de casa, maltrataban a Leticia al extremo de que le echaban orín para desalojarla de una las aceras donde se había instalado para poder comercializar sus productos. La defendió de toda esa turba y le autorizó para que pueda ocupar la acera junto a su vivienda entre la calle 2 y 3 de esa zona.

CLASES VIRTUALES

Leticia afirma que con las clases virtuales su situación económica empeoró, sus cuatro hijos estudian y solo tienen un celular inteligente. Cada día gasta entre Bs 10 y 20 para que todos puedan cumplir con sus deberes escolares. Cuando no consigue el dinero para recargar las megas, se quedan sin pasar clases.

Desde ese suceso se instala en ese lugar dos días a la semana, incluso el joven que la ayudó -al verla junto a sus pequeños- les compartió su clave de wifi para que no se perjudiquen en sus clases.

PAPÁ DESPREOCUPADO

Abigail, los domingos vende pañuelos desechables en la zona del Cementerio para ganar dinero y ayudar a su mamá. “Yo voy todos los domingos a vender, voy donde venden pescados. A veces me riñen, otras veces me compran, pero todo lo hago por ayudar a mis hermanitos”, dice. Mayra, de 13 años es la hija mayor de Leticia; cuenta con tristeza que le duele la enfermedad de su progenitora, pero más le afecta la indiferencia de su papá que no aporta para asegurarles alimentos, ropa ni educación.

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